Tengo tres manias.
- Pao Romero

- 9 nov
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 17 nov
Tengo tres manías que me definen más que mis virtudes. No sé si son defectos o costumbres, pero las tres sostienen mi manera de estar en el mundo, de existir y de sentir.
La primera trata de perseguir eternamente la melancolía, acecharla hasta que mis pies ardan en carne viva. De mi ser brota una irremediable necesidad de permanecer sumergida en un estado plácido de pena y de añoranza por algo que no existe, que solo habita en lo más profundo de mis entrañas.Acepto tercamente las consecuencias que solo yo invoco.
Hundirme lentamente en el azul inmenso de mi mente es un acto constante: un lugar frío, pero placentero, donde me sumerjo en pensamientos dramáticos, tristes y sentimentales que solo los expertos en almas dolidas sabemos construir. Me habita hasta los huesos la añoranza de sentirme abrazada por sentimientos lúgubres y sofocantes, inventados por mis más terribles pesadillas. He aprendido a respirar mejor cuando me ahogo, a quemarme para revivirme y a lamer la soledad súbitamente, en la orilla de la cordura.
La segunda manía es romperme para sentir. El mejor camino es el desamor: el de los amores imposibles y los no correspondidos. Amores así se encuentran en cada esquina de la ciudad, en cada ser solitario que anhela amor y rehúsa darlo. Y así vago por la urbe, buscando esos seres para romperme el alma en mil pedazos, para poder sentir y existir. Camino sin lugar; las luces, como pupilas de muertos, guían mi andar.
La inspiración es el desamor: mata lentamente, sin piedad, y como una adicción te arrastra a pedir más hasta el borde de la realidad. Esto no es para cualquiera, solo para almas románticas y desbordadas de sentimientos, esas que necesitan estallar como ollas de presión. Es la explosión generada solo en mi cabeza lo que crea amores imposibles que duran para siempre, porque solo existen allí. Por eso, mi segunda manía es el eco de la primera: consecuencia de la búsqueda interminable de melancolía. El desamor es el camino más directo hacia la devastación.
Mi última manía es ser poeta. Porque para ser poeta se requiere encontrar el instante en que el puñal hiere de muerte a la inspiración en las entrañas de la razón, y cargar los mil cadáveres de amores pasajeros y desolados recogidos en las avenidas de la urbe. Dormir abrazada a la melancolía de la soledad, aun teniendo un cuerpo suspirando en mi pecho.
La inspiración no llega sola: se tiene que perseguir. Y cada noche, mientras escribo, escarbo entre la pila de suspiros, aúllo a la luna y lloro ante el goce de desangrarme por amores imposibles y melancolías interminables. Rasgo heridas secas que no dejo curar, para que la sangre corra y tenga tinta para rimar. Porque para ser poeta no basta con amar: se debe sacrificar la cordura en la catedral de la locura.
Mis manías son mías, y yo soy mis manías.




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