top of page

Lucas, sus luchas con la hidra

  • Foto del escritor: Pao Romero
    Pao Romero
  • 2 ene
  • 5 Min. de lectura

Cuento escrito con fragmentos textuales del cuento del mismo nombre de Julio Cortazar.


Ahora que se va poniendo serio esto, se da cuenta de que olvidarla no es tarea fácil. Decir "hasta aquí", si bien no es fácil, lo es comparado con el siguiente paso: seguir adelante. Y esta es la historia de cómo Lucas tiene que seguir adelante, aunque no lo quiera así.


—Ya te quiero ver —decía Luciana a modo de broma— cuando no esté yo y no tengas quien te haga piojito para que te duermas, ¿cómo le vas a hacer?


Lo decía mientras Lucas se iba quedando dormido entre sus brazos en el sillón azul de la sala. El mismo donde ahora mismo está sentado Lucas a media luz. Una cosa es prepararse para ese posible futuro y otra estar viviéndolo ya en el presente, luchando con el recuerdo de Luciana, recuerdo que se arrastra lenta y dolorosamente por todo el departamento. Míralo ahí expandiéndose, cual hiedra venenosa, como la hidra contra la que peleó Heracles. Solo que esta hidra no vivía en el lago de Lerma, sino que lo hace en la calle Navajos 178, departamento 6.


Por ejemplo, ahora, Lucas le da un tajo en la cabeza del recuerdo de Lucía haciéndole piojito y otro en el recuerdo de ella haciendo la cena; voltea y ahora amputa el recuerdo de Luciana que, invariablemente, ella insistía en poner sus lentes sobre el asiento del sillón azul y su taza de té chai en la mesita de cristal del lado izquierdo de la sala, la que tiene el marco dorado con la foto de su viaje a Tepoz. Y ahora se trata de apreciar los resultados.


Observa.


Hm, algo se ha conseguido: tres cabezas menos, tres recuerdos menos ponen un tanto en crisis a las cabezas restantes, que agitadamente se menean por toda la casa, haciendo tambalear las lámparas y la colección de tazas de Lucas. O sea, y por un rato al menos, deja de ser obsesiva esa necesidad urgente de ver incompleta su colección de tazas; algunas se las llevó Lucy. Esa misma del recuerdo de la taza de té chai sobre la mesita de cristal al lado del sillón azul, junto al marco dorado con la foto de su viaje a Tepoz, eso es lo que se debió llevar Lucía y no la taza blanca con acabado iridiscente que Lucas compró en aquella pequeña cafetería de Toronto, en su viaje de hace 5 años para ver las cataratas del Niágara que tanta ilusión le hacía a Luciana…


Dos cabezas más salen del cuello retorcido de donde solo había una, la del recuerdo de Luciana poniendo la taza blanca iridiscente con té chai sobre la mesa de cristal que está del lado izquierdo del sillón azul, junto a… junto a la foto de su viaje a Tepoz, maldita sea —piensa Lucas—; otras dos cabezas: el viaje a Tepoz y los pies fríos de Lucía buscando calorcito en Lucas, el viaje a Toronto y esa emoción en los ojos de ella, Luciana dando un sorbo a su té chai en la taza blanca con acabado iridiscente.


Pero es muy difícil matar a la hidra y volver a Lucas, imposible si le preguntáramos ahora mismo a él. Pero con algo debe empezar y estar escribiendo esto en una de sus libretas de apuntes ya es un avance; llevaba mucho tiempo sin hacerlo, regresar a escribir en su libreta de hojas amarillas con puntos grises que, por cierto, tuvo que buscar entre el desorden que persiste por la mudanza de Luciana, cuando en realidad tiene otras tres libretas que pudo haber usado sin tener que hurgar en el desorden, en los recuerdos, pero ¡no, señor! El ritual es este: el de escribir en el cuaderno de hojas amarillas con puntos grises los pensamientos intrusivos; solo ahí se quedan y no pueden escapar y reproducirse como hidra, solo ahí puede quedar el instructivo de cómo aniquilar a la hidra de los recuerdos de Luciana, y dicho ritual no queda solo en la libreta de hojas amarillas con puntos grises, claro que no. Es IMPRESCINDIBLE escribir con la pluma negra de tapita transparente, de la que, por suerte, Lucas tuvo la cautela de comprar como 20; viven por todo el departamento. Ya que con esa pluma sus pensamientos fluyen tan naturalmente a través de la punta, las palabras brotan y se aferran de una manera encantadora en las hojas amarillas de puntos grises, hasta estas palabras de su guerra contra la hidra se ven poéticas. Ya van dos semanas de los hechos y solo un par de hojas escritas y Lucas sabe que, para exterminar a la hidra, debe escribir más, mucho más.


Tajo fulgurante a 2 cabezas más.


Recuerda cómo Luciana criticaba el ritual de escritura de Lucas, esa necesidad absurda (a sus ojos) de no poder escribir con otra cosa que no fuera esa pluma negra de tapita transparente, en la mesa alta al lado de la ventana, con la lámpara tipo industrial de 6 focos que Lucas compró en ese bazar al que los llevó la hermana de Luciana, Jimena, que organizó su productora para desocupar las bodegas llenas de utilería usada en cine y televisión, lámpara a la cual Luciana se opuso rotundamente y que, gracias a Jimena que le hizo segunda (y del excelente precio que tenía), pudo llevarla a casa y de esta manera unirse a los elementos indispensables para su ritual de escritura. Con 6 focos de luz cálida, Lucas podría acomodar la iluminación con una precisión que pocos podrían apreciar; la luz iluminaba tan delicadamente las hojas, el espacio, su alma.

Las cabezas recién cortadas se retuercen en el suelo, mueven un poco la lámpara tipo industrial de 6 focos.


Nunca llegará a saber en cuánto va el marcador de cabezas degolladas y cabezas regeneradas cuando suena el teléfono y es su mamá, que habla de ir de inmediato por comida. Por lo visto, Lucas olvidó cortar la cabeza donde era Luciana la que le recordaba que debía parar de escribir y comer algo; esa, sin duda, solo podrá cortarla cuando se vuelva a hacer cargo de escuchar sus tripas gruñir por un bocado, pero al parecer hoy no será el día.


—Hijo, ¿sigues ahí? —alcanza a escuchar Lucas y la escena de él luchando contra una de las cabezas de la hidra se esfuma y regresa a la realidad.


Por supuesto que no pienso pararme de este lugar donde llevo un gran avance contra esta maldita hidra, ¡no!, de ninguna manera. Su madre hierve como espuma de leche del otro lado. "No me apures", piensa, "que el hambre no puede bajarme de esta pugna heroica que, creo, voy ganando contra el recuerdo de Luciana".


Silencio.


Lucas recapacita. Heracles ganó la batalla solo con la ayuda de Yolao; fue este quien, a cada corte de Heracles, colocaba telas ardientes sobre esos cuellos abiertos y retorcidos de esa hidra. Todo héroe debe saber aceptar ayuda para derrotar al enemigo.


Ya es tarde, ya ni siquiera salen palabras de la pluma de tapa transparente, no quedan palabras para seguir contando la batalla puesto que no hay batalla, qué cabeza cortar si siempre quedará otra más profunda y dolorosa.


—Mamá, estoy en camino, no empiecen a comer sin mí.


Y así Lucas iza las banderas de tregua solo por esta ocasión. Se levanta, apaga cada uno de los 6 focos de luz cálida de la lámpara tipo industrial, toma sus llaves y camina a la puerta. Sin duda, la hidra del recuerdo de Luciana seguirá ahí cuando regrese por la noche. Pero ¡ey!, al menos la siguiente lucha será con el estómago lleno y el corazón trancado en pos de una guerra que eventualmente ganará.

 

 
 
 

Comentarios


bottom of page